lunes, 27 de noviembre de 2006

y no disimules la cara de lunes si no te apetece,
yo también negocio tristezas con la almohada,
yo también la distancia,
Tayler


Hubo un tiempo en el que se robaban las frases y los momentos. Ahora entiendo que son prestadas por puta necesidad, porque menos mal, que yo no sé explicarme.
Hubo un tiempo en el que si seguías la “estela espumosa” de semen y wisky te topabas con mi adolescencia. Abrías la puerta y Cobain y Marx fumaban canutos en el lóbulo occipital de mi cabeza.
Hubo un tiempo, odio el tiempo, pero lo hubo; en el que respetaba educada en lugar de dirigirme a “kurt” y “carlos” (en minúscula y sin Don).
Hubo entonces un sin miedo a las guitarras, un qué más da mañana, un sitio sin montaña, pero ajena de rencor. Ausente de silencio, bocas contra mentiras.
Hubo pan y vino para todos, hubo una sonrisa perpetua dibujada en acuarela, trazada por cientos de manos a la vez.
Hubo paz y hubo guerra, hasta donde yo sé. Hubo sin hache ni cuchillos, hubo cubos redondos y márgenes de izquierdas.
Hubo telediarios censurando la censura, con reporteros gualtraperos, que informaban de su espíritu rapero.
Hubo las noches y los días, y las calles vacías y mi sexo en un portal.
Hubo todo para todos y distintos, diferentes; hubo no distinguir entre gentes.
Hubo todo en un segundo, que se repetía 60 veces por minuto, para hacer de ésta, la más justa de las vidas.
Hasta que me lo quitaron.

Hubo así la Plaza del Dos de Mayo.

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